
El viernes tuve mi última sesión con mi dentista. AL FIN, que alivio, pero que pena también. Sí, leyeron bien: me pesa no necesitar de sus servicios, pues Raúl siempre me recibía con una anécdota sabrosa o con algún chisme buenísimo, o simplemente hablábamos de nuestros puntos políticos y de lo que debería ser el país ideal, o cuando yo era soltero, del novio ideal.
A este punto no sé si los dentistas se hacen buenos conversadores o si los buenos conversadores se hacen dentistas. En algún momento sospeché que tenían una materia seriada Rollo Mareador I, pero que importa, al menos los que han tenido mis dientes a su cuidado han sido tanto buenos dentistas como buenos conversadores, aunque ninguno como Raúl.
Durante los años que lo he conocido puedo decir que le tengo cierta estima y admiración, no solo como profesional, sino como gay voluntarioso y sin correa: su última aventura fué desafiar el frío de la mañana y el chantaje de su novio para ir a posar desnudo en el Zócalo. Ayer me decía lleno de orgullo que había ido al MUCA y casi estaba seguro que había salido en una de las fotografías de la exposición (aunque yo tengo mi punto de vista muy particular del trabajo del fotógrafo gringo muy diferente a la de Raúl, hehehe).
En fin, es ahora mi novio el que estará en manos de Raúl y disfrutará de sus dotes narrativas, del toque de seda que tiene para anestesiar y del chiste en el momento preciso cuando crees que estás pasando por el peor momento de tu existencia.
Saludines con boca sana
Angelín