
Mis tiempos de prepa fueron tiempos duros, pero que recuerdo con mucho cariño. Ahí estaba yo, saliendo del trabajo y haciendo la tarea a bordo del ruta 100, o a bordo del metro, o donde se pudiera. Corriendo, siempre corriendo para llegar al mugroso CCH (perdón, pero siempre lo odié y todavía lo odio, era malo-malísimo), con el estómago medio vacío o con una torta o lo que fuera en el estómago. Mis compañeros llegaban recien bañados a la escuela y con la tarea hecha con letrecitas bien hechecitas, de molde, como si hubieran pegado lentejuelas, con toda la calma del mundo. Su única preocupación era que fuera a llover y se mojaran jugando en las canchas, mientras yo tenía 20 cosas que hacer además de la escuela. Para ese entonces yo ya no vivía con mis padres: un buen día me había hecho el independiente y el puedelotodo y pues me fui, muy A-la-Bohème, a vivir a un cuartucho de la calle de Allende con mi pareja.
En ese desierto de amistades, Yolanda era un oasis, siempre tenía una palabra de aliento y yo la admiraba. Y cómo no admirarla: una chava huérfana que había logrado colarse a la Facultad de Medicina de la UNAM. En el trabajo, ella me contaba sus penurias y yo le contaba las mías. Trabajamos juntos desde mediados del 1983 y hasta mediados de 1895. Lo último que supe de ella es que se había cambiado de hospital; Fermín, un amigo en común, me dijo que estaba en el Hospital Juárez y yo siempre pensaba: “saliendo del trabajo voy a ir a buscarla”. Creo que esto sería impensable ahora, pero eran tiempos en los que si querías ver a alguien muchas veces lo buscabas personalmente, pues no había celulares ni correo electrónico; los teléfonos de caseta no servían para nada y los que servían tenían tremendas filas.
Y un 19 de septiembre, que nos tiembla la tierra. Para fines prácticos, ese día perdí a mi amiga, pues con la confusión, nadie sabía donde había quedado nadie, además que yo no tenía donde buscarla, como no fuera el lugar donde había estado viviendo en Santo Domingo. La busqué en CU, fui a la facultad de Medicina, pegué letreros, pero todo en vano, era como si ella nunca hubiera existido. Yo sé que esto sonará muy mamón, pero alguien en otro blog decía que le gustaban los temblores, pero que los rucos lo regañaban. Yo simplemente le diría: “digamos que tiembla y no sabes si tu mejor amigo está vivo o en la fosa común.” No saber si alguien falleció es peor porque, al menos para mí, Yolanda estaba en calidad de desaparecida.
Hasta hace unos días. Me puse a teclear sus apellidos en google y ¡milagro! Es ella, todo coincide, los apellidos, el cargo de médico de guardia. La amiga que creí perdida está trabajando en un consultorio médico para empleados del Gobierno del Distrito Federal. Voy a llamarle, voy a buscarla personalmente, como se hacía antes, y voy a abrazarla y a invitarle un café para contarnos que ha sido de nuestras vidas en los últimos 22 años.
Saludines felices
Angelín